viernes, 1 de mayo de 2009

Dos personajes de mi pueblo con alto bagaje cultural


En esta Semana Santa que ya pasó, después de haber disfrutado del descanso merecido, de mi retiro espiritual conectado con el Sempiterno Dios de las Alturas y meditando sobre el martirio de Jesús de Nazaret en su recorrido por el camino del Gólgota, y en mi delirio por cantar gloria, como decían los abuelos, acepté la invitación que me extendiera un grupo de poetas a la cabaña paradisíaca de nuestro inquieto y sapiente amigo Rafael Bilbao Martínez, junto a las playas de Santa Verónica, en el Municipio de Juan de Acosta; y en medio de verdaderas pinturas al óleo, respirando aire yodado de mi Mar Caribe, departimos en una amena tertulia literaria, mientras degustábamos vinos de uvas cosechadas en años olvidados; allí, con buen humor y con gracejos , declamando poemas; hablamos de poesía y de literatura, de política y de religión, de desplazados y de liberados, de amor y de convivencia, de sexo y de abstinencia. Gracias Rafael Bilbao Martínez, mi numen se mantuvo inclinado sopesando los bártulos de tu talento, ya que en tu mochila cargas todo el bagaje cultural de nuestro pueblo; en ti se conjuga todo el sufrimiento, las penas y las vicisitudes de los marginados y los golpeados por el sistema imperante; en tu diario trajinar te recreas con tus inquietantes sueños de igualdad. ¡Tú sabes a espuma de mi Mar Caribe! ¡Tu saludo lleva el abrazo de un pueblo que suda en la labranza y entre surco y surco, a fuerza de trabajo, añora encontrar por siempre la equidad! ¡Tu sueño es mi sueño! ¡Tu sueño es el sueño del pueblo que sueña con los sueños que sueñas entre millares de sueños! ¡Tu sueño es el sueño de Dios! ¡Rafa: Ojalá todos siguieran tu ejemplo!

Y ya, al retornar buscando la tibieza del hogar, por el camino trillado por el incesante trajinar y las calles invadidas por el insoportable sopor, me topé con un gran amigo, con Carlos Hernández Arteta, gran amigo de la vieja tradición; y, casi de la mano, a paso despreocupado, me llevó a su casa. Y allá, en sus corredores, percibí el llamado presto de la celosa abuela, al taciturno abuelo ordeñando a la lechera, las fecundas promesas de viejas lluvias tempraneras, el olor a requema salpicada por serenos primigenios, el gozo por la pródiga cosecha de mi fértil campo, la codiciada mesa repleta de alimentos y frutos del sudor, el melodioso trinar de las canoras. En fin, Carlos Hernández Arteta, con su mano de artista consumado, me mostraba el viejo baúl de la cuidadosa abuela; la listada hamaca del fatigado abuelo; las totumas y cucharas de la inolvidable vajilla de palo campesina; el calabazo del agua fresca para el arduo trabajo; la lámpara de petróleo para las noches oscuras; el acordeón, las maracas, la gaita, la flauta y el tambor, para alegrar las noches de luna llena; el porrón y la tinaja, para conservar el agua fresca; el catabrito para los dedales, botones, agujas e hilos zurcidores; la mochila de ojitos y el sombrero vueltiao; el machete y su cubierta; las abarcas tres puntás y la horqueta para cargar los burros, verdadero báculo campesino; el lazo y los estribos; la toalla, el espejo y la repisa con la vieja máquina de afeitar; el pilón con sus manos abrillantadas por la lija del sobijo; el barril para aprovisionarse de agua, con su embudo candongo; el botador (recipiente que se utiliza para echar la semilla mientras se va sembrando) de calabazo; la balanza de palo para pesar los granos; la achiotera, el mortero, el cucharón, la cuchara de colar café, todos de palo; el olvidado rayador y, como si fuera poco la vieja máquina de coser de la abuela; además, una llamativa escultura de un águila, como mirando al visitante, hecha con un pico de oxidado yerro y dos anacrónicas hachas de los ya desaparecidos leñadores; y, a la derecha, junto a un jazmín cargado de olorosas flores, se observa un letrero donde puede leerse claramente: “RECUERDOS DE MI PUEBLO” ¡Ah letrero, si lo viera mi abuelo por un hoyito! Carlos, ojalá todos siguieran tu ejemplo, apartando en su casa un rinconcito para convertirlo en un verdadero museo romántico donde se le brinde homenaje tanto a los utensilios usados por los abuelos como a nuestros símbolos patrios.

Escribió FERMÍN MOLINA VARGAS Juan de Acosta, sábado 18 de abril de 2009.